Uno de los aspectos más relevantes en mi actividad diaria como profesor tiene que ver con un aspecto que poco o nada ha sido tratado en mi formación universitaria y que, sin embargo, tiene un peso esencial en el papel que desempeñamos en las vidas de los alumnos: la gestión de sus conflictos.
Es obvio apreciar que en la convivencia entre personas diferentes ha de surgir el disenso, el conflicto y la disputa como consecuencia lógica de la colisión de pareceres, pensamientos, formas y expresiones distintas. Una de las funciones que ejercemos como docentes es atender y responder a estas colisiones. A partir de aquí se abre un abanico muy variado de opciones y planteamientos educativos que por extensión y complejidad no voy a abordar. En lugar de ello me limitare a exponer mis reflexiones y experiencias al respecto.
En primer lugar, y es algo que ya he expresado, entiendo el conflicto como un elemento natural, lógico y necesario dentro de la convivencia del aula. Es natural en tanto es expresión de la diversidad, es lógico porque los límites de los alumnos en fricción constante, debido a las condiciones de la convivencia, lo propician y es necesario porque permite entender, aprender y mejorar nuestra experiencia humana.
Es el primer punto que configura todos los demás. Si el conflicto no se entiende así se convertirá en un elemento transgresor que rompe con nuestra planificación, que desbarata la paz social y que arruina cualquier intento de cohesión grupal. El conflicto como ruptura produce temor, frustración, miedo e impotencia. Una calle sin salida y una gestión de nuestra energía que produce valores negativos. Esta visión negativa es la que tenía al comienzo de mi trabajo como profesor: cualquier enfado, riña o pelea era algo molesto que debía evitar, interrumpir y resolver. Verlo así me llevó a ejercer un papel muy reconocible: el de juez.
La figura del juez es la de aquel que escucha a las partes y, posteriormente, dicta sentencia a favor de una u otra de las partes en función de la valoración que haya hecho de las razones expuestas. Es un papel muy peligroso porque genera injusticia. Nunca tendremos toda la información porque los alumnos son terriblemente parciales cuando saben que de lo que digan dependerá que reciban una sanción u otra. Existe el riesgo de caer en el modelo salomónico que es "repartir la culpa para los dos"; injusto porque hay veces que los alumnos que se ven envueltos en un conflicto no son causantes del mismo. Otro problema es la necesidad de aumentar exponencialmente la dureza o sentido del castigo en función de la frecuencia o reiteración con la que se repite un conflicto. Hay algunos docentes que tienen que hacer verdaderos esfuerzos de ingenio para aplicar medidas sancionadoras tales como retirar tiempos de recreo, aumentar tiempos de trabajo, aumentar cantidades de trabajo, etc. Otro callejón sin salida. Existe otro peligro aun mayor para mi: reforzar con nuestras "sentencias" a una parte en detrimento de otra. Cuando has aplicado sanciones, de una forma u otra, has dado la razón a alguno de los implicados y se la has quitado al otro. Cómo consecuencia generas un vencedor y un perdedor. Generas un cierre, el tuyo y dejas fuera todo lo demás. El perdedor sentirá frustración y rabia (más aún si ha sido una decisión injusta; cosa que es inevitable en procesos así) y, dado que generalmente no puede lanzársela al profesor, buscará canalizarla hacia el alumno que se la produjo. Primero la acumulará y cuando llegue al punto de ruptura la pagará con él por la que le hizo y por el castigo que le pusieron. Así se alimenta el odio entre iguales. Se agravan las tensiones que generan nuevos conflictos que se cierran favoreciendo a uno o a otro y alimentando el enfrentamiento. En una confrontación nadie quiere ser el vencido.
Este que acabo de describir es un dibujo muy común en muchas aulas. En la mía lo ha sido. En otras lo es. Se puede reconocer claramente. Es una visión vertical de la resolución de conflictos. Los iguales acuden a un superior a que les imponga una solución. Es una visión muy triste y hace daño a los alumnos. Como profesores nos consolamos pensando que es inevitable no saber todo, que es imposible no ser injusto y cometer errores y creemos realmente que esto es así.
No es verdad.
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