sábado, 24 de diciembre de 2011

Resolución de conflictos: Reparación versus Retribución I

En la gestión de los conflictos en el aula (y quizá me atrevería a decir que fuera de ella también), una de las exigencias que más cuesta replantear es la de la sustituir la necesidad de retribución por la de reparación.
Cuando las personas sentimos que nuestros límites han sido vulnerados experimentamos la sensación del enfado como energía que se proyecta para avisarnos de dicha vulneración y para restituir nuestro equilibrio. Es importante darse permiso a uno mismo para sentirse enfadado sin asociarlo a culpabilidad, egoísmo o tener un carácter infantil (Una de las razones por la que los niños se enfadan con facilidad es, además de para conseguir lo que quieren, que no se sienten mal por mostrar su enfado; no han aprendido "aún" a reprimir la expresión de sus emociones). También es importante localizar los límites que han sido traspasados y saber qué ha ocurrido. Fundamental es agrupar todo eso y llevarlo en la dirección adecuada.

Algunas personas, cuando se sienten enfadadas por algo que les ha sucedido, sienten que tienen el derecho a reclamar algo a cambio del daño recibido. Este planteamiento me parece correcto pero, según lo que solicitemos, aparecen dos formas radicalmente distintas de percibir el conflicto.
La primera de ellas es sentir que nuestro dolor se paga con un dolor equivalente, el de la persona que ha ofendido. Es una adaptación de la ley del Talión, una visión basada en la justicia retributiva: a tal ofensa tal castigo. La actuación reprobable genera un castigo proporcionado a dicha acción. Este planteamiento es terrible porque nos lleva a la suplantación de la palabra justicia con una facilidad pasmosa. Las acciones que llevan a producir el "daño proporcional como repuesta" están totalmente legitimadas. Si tu me pegas, yo te pego. Si me insultas, te insulto. Si me empujas, te empujo. Son respuestas evidentemente proporcionales en el sentido de que en esencia son la misma acción pero "de vuelta". 
Una lógica, a mi entender simplista, no vería nada reprochable en este planteamiento. La acción que produce un daño genera de forma intrínseca un castigo en respuesta. Creo que es una óptica realmente equivocada porque plantea el problema desde el punto de vista del ofendido y asume una lógica desvirtuada y una cuestión irremisiblemente polémica "¿quién y cómo decide lo que es proporcionalmente adecuado como castigo?".
Tradicionalmente el rol de juez ha venido siendo ejercido por los profesores. Tal y cómo ya expuse en la primera entrada, lo que se espera de nosotros es que "hagamos justicia": que escuchemos a los implicados, que decidamos quien ha sido el ofendido y quien el ofensor, que valoremos el daño o la ofensa recibida y que impongamos un castigo en proporción a la misma. Un planteamiento tradicional, aparentemente lógico y totalmente viciado.
Quiero detenerme un poco más en este papel. Creo que cualquier profesor tiene la experiencia de haberse enfrentado a una situación en la que el proceso descrito arriba se complica y enreda hasta límites insospechados. Escuchar a dos alumnos partícipes de un problema y notar cómo todo se complica es algo habitual: uno dice que no es verdad, otro que tiene testigos, otro dice que sí pero que fue en respuesta de algo que le paso antes, otro que no está seguro de lo que vió, otro que no le ha hecho tanto daño, otro que está exagerando, los amigos asumiendo la versión que les corresponde... Llega un momento en que es prácticamente imposible saber qué es lo que ha sucedido realmente y si hay un claro incitador o causante o todo el mundo tiene parte de responsabilidad. En este tipo de situaciones la culpa tiende a extenderse hasta límites insospechados porque siempre hay gente que participó o que no hizo nada o que colaboró de forma más o menos velada, etc. Lo que trato de decir es que nos encontramos con toda la complejidad que podríamos esperar de un juicio de adultos pero sin los recursos de aquel. El profesor que afronta este momento acabará con dolor de cabeza, sin saber exactamente qué es lo que ha ocurrido realmente y teniendo que cerrar este conflicto con decisiones y castigos adecuados. ¿Adecuados a qué?. Al lío que se ha montado en clase en un momento. Y ojo con lo que decides porque si no, ya puedes dar por hecho que, a la salida, te esperarán un par de madres o padres dispuestos a pedirte explicaciones por tu decisiones "arbitrarias e injustas".
Continuando con este planteamiento cabe preguntarse ¿Quien y cómo se establece qué es proporcionado a una conducta reprobable? Esto es ¿qué es lo que responde de forma proporcionada a un insulto? ¿5 minutos sin recreo? ¿una copia de 50 veces? ¿Un trabajo extra para el día siguiente? ¿Copiar una parte del libro? ¿Tiempo en el aula de castigo? ¿en el rincón de pensar? (¡que maravilloso eufemismo!) ¿una disculpa pública? ¿y cual es el castigo proporcional a un empujón? ¿y a un golpe? Parece algo anecdótico pero se invierte mucho tiempo y recursos en establecer, consensuar y decidir que sanciones corresponden a qué conductas. ¿Merece la pena? Yo creo que no.
Dado el supuesto de un conflicto ocurrido, que se ha podido establecer medianamente las responsabilidades y que se ha establecido una consecuencia razonablemente proporcional a la ofensa producida ¿que obtenemos? Desde mi punto de vista lo que hemos hecho es institucionalizar la venganza. 
La venganza difiere de la justicia en que la primera busca infligir el mal a quien ha causado la ofensa, mientras que la justicia, se supone, busca la reparación por el daño causado. ¿Qué reparación se consigue cuando castigamos a un alumno por haber insultado a otro? Ninguna, lo que hacemos es aplicar una venganza indirecta. Es decir, limitamos y reconducimos el malestar del ofendido para causar el daño por él. Así parece correcto, legitimado e impersonal. No aplica el castigo el ofendido porque el profesor lo hace por él. No lo aplica cualquier persona sino quien ejerce la autoridad en la clase, el profesor. No es un castigo cualquiera sino el establecido para ese comportamiento. Dicho de otra manera. Vestimos el deseo de retribución del afectado de forma elegante y lo vendemos por él. Problema resuelto. O no.
A mi entender siguen faltando consideraciones (son ya tantas). El alumno que sentido sus límites vulnerados puede coincidir con nuestro criterio de lo que es proporcional y no sentir retribuido su malestar. El alumno que ha producido el malestar puede no coincidir con nuestro criterio de lo que es proporcional y sentir que son ahora sus límites los que son vulnerados. Se generan situaciones de fuerza. El profesor da y quita razones con sus "sentencias" y los alumnos se ven reforzados públicamente para bien o para mal. Dado que muchos alumnos no ven resueltas sus circunstancias emocionales al acudir a un profesor tienden a tomar la justicia por su mano porque, si el profesor no castiga de la forma en que yo querría ¿quien mejor que yo para devolver el mal recibido? Lo evidente deja de serlo, los conflictos enlazarán con nuevos conflictos (los causados por los sentimientos de justicia individual, y las relaciones entre los alumnos y entre los alumnos y el profesor serán cada vez peores.
¿Hay alguna forma de salir de está situación? En mi opinión, sí. Abandonar estos planteamientos y refomularlo todo desde una nueva óptica. Una óptica que plantearé en la siguiente entrada.



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