miércoles, 8 de junio de 2016

Cortafuegos emocional

Un cortafuegos es un espacio de terreno que no posee ningún tipo de combustible, de esta forma los incendios forestales no se pueden esparcir. Por ejemplo una zona ancha de terreno que se deja sin vegetación en un bosque o campo de cultivo para impedir que se propague el fuego en caso de incendio.


El cortafuegos no evita que suceda en incendio, para eso existen otras acciones preventivas, sino que es una medida para evitar su propagación. Para que sean efectiva llegado el caso los cortafuegos deben ser revisados periódicamente.

¿Qué tiene que ver esto con educación?

Hoy he tenido que gestionar una situación conflictiva en el aula. Unas alumnas estaban enfadadas debido a unos desacuerdos producidos entre ellas y eso ha motivado que comenzasen a hablarse de forma despectiva y ruda. Al tratar de crear un espacio en el que pudiesen expresar lo que les inquietaba he recibido de forma colateral parte de ese enfado. Sé muy bien que sus problemas de convivencia y el malestar que se derivaba de ellos no tenía nada que ver conmigo y que, en realidad, agradecen enormemente el que dediquemos un tiempo tranquilo a resolver estas cuestiones pero cuando estás en el meollo y recibes determinadas contestaciones, desaires o gestos es complicado no vivirlo como algo personal.

Después de respirar hondo y de emplear mucha paciencia hemos logrado crear un clima constructivo. Han estado hablando y comunicando sus sentimientos y han llegado a valorar las cosas de forma diferente. Todas menos una. Una de ellas estaba tan sumida por el enfado que empezaba a culpar, a responsabilizar de su malestar a personas que no tenían relación alguna con el problema. Nada parecía calmarla y, en lugar de ir tranquilizándose, su enfado parecía ir a más e implicar cada vez a más personas.


Hablando de lo que estaba sucediendo en clase les he comentado a los alumnos que el enfado es como un fuego, como un incendio que arde rabiosamente y lo quiere devorar todo. El enfado no atiende a razones, solo busca quemar, destruirlo todo. Cuando un niño se enfada hay un momento en el que se ve superado por el malestar que le causa el enfado y pierde el control. Este es el momento en el que decimos cosas que luego lamentamos, no escuchamos las palabras que podrían confortarnos o culpamos a quienes solo pretenden ayudarnos.

Los niños, con esa capacidad tan increíble para hacer suyas determinadas imágenes, han captado enseguida lo que quería decirles y han comprendido qué le sucedía a su compañera.

Cuando los profesores nos ponemos frente a un alumno que está visiblemente molesto es como si nos pusiésemos frente a un incendio descontrolado. El fuego de su enfado no distingue nuestras intenciones, no ve más que otra oportunidad para arder, para contagiarnos, para crecer. Para quemar y devorarlo todo.

El riesgo es que los gestos, los desaires, las malas palabras nos afecten y nos hagan arder. Que su enfada se convierta en el nuestro. Pensar "Encima que trato de ayudarte y me contestas de esa manera. ¡Serás desagradecido! ¡Qué maleducado!" o cualquier otro pensamiento de este tipo. Acabamos consumidos por el enfado que tratábamos de sofocar.

A mi me ha sucedido infinidad de veces y, al recuperar la serenidad, siempre he lamentado no haber sido capaz de tener más temple. He sentido que no he estado a la altura de lo que el alumno o la alumna precisaba de mi.

La imagen que trato de compartir es que, como educadores, deberíamos actuar como un cortafuegos, ser ese espacio sin combustible en el que el incendio no puede propagarse. El espacio en el que el odio no progresa, en el que no se esparce. Al acercarnos a un alumno dominado por el enfado, por la rabia, deberíamos ser capaces de escuchar, de recibir el enfado, el desprecio o la mueca sin hacerlo nuestro, sin dejarnos quemar, sin dejarnos arder, sin alimentar el fuego.


Para ello, tal y como hacen los guardas forestales, deberíamos revisar periódicamente nuestro estado emocional para comprobar que cumpliremos nuestro propósito llegado el momento. Porque en estas situaciones, si no somos parte de la solución somos parte del problema.

Ser un cortafuegos. El concepto es sencillo ¿verdad? Ahora hay que hacerlo.

lunes, 6 de junio de 2016

Educación Lenta

A lo largo de los años han sido numerosas las ocasiones en las que he sufrido las consecuencias de una forma de entender los contenidos basada en la cantidad en lugar de en la calidad. La distribución de los contenidos que se plantea en algunos libros de texto, en algunos centros, en algunas aulas puede basarse en dar 15 temas, todas las páginas posibles y, a ser posible, hacerlo de una forma regular para que coincidan con los trimestres y, finalmente, con el final del curso.

Esto en la práctica significa la total sumisión a criterios que pocas veces tienen en cuenta los diferentes ritmos de aprendizaje de los alumnos, las variabilidad de esfuerzo que representan para cada uno de ellos o para cada grupo un contenido o un tema.

El caso que muchas veces he tenido que vivir entre la espada y la pared. Entre el requerimiento de dar una cantidad de contenido y tratar de que fuese entendido, asimilado, dominado, integrado en una cantidad de tiempo prefijada de antemano; sin márgenes para maniobrar, para adaptar, sometido a la presión de saber que todo el tiempo que te extiendas en trabajar un contenido es tiempo que no tendrás para los siguientes temas.

A veces encuentras a padres que piden explicaciones por las páginas o temas del libro que no se han llegado a trabajar. Exponen, con razón, que los materiales tienen un coste elevado y que menos que explotar al máximo los recursos que ofrecen.

A veces encuentras a padres que piden tiempo, tiempo para que sus hijos puedan procesar las cosas, puedan hacer suyo lo que los libros recogen. Piden que sus hijos no sean triturados de forma inmisericorde por la maquinaria de la planificación que no espera a nadie. Piden no adelantar contenido hasta que el anterior no esté afianzado.

A veces encuentras estamentos organizativos en tu centro que dicen que la forma de mejorar las competencias de los alumnos en un área o asignatura determinada es reforzarla con materiales complementarios, con cuadernos extra.

Y no me refiero únicamente a los aspectos relacionados con los materiales o los contenidos de los alumnos sino con los propios procesos del colegio, el tiempo que nos tomamos los maestros a reflexionar sobre lo que hacemos, a conversar sobre nuestras intuiciones pedagógicas, al poco tiempo que dedicamos a intercambiar experiencias, a rechazar las prisas, a saber aminorar la marcha para cuidar lo que de verdad es importante.

Después de tropezar una y otra vez con las mismas limitaciones y con el mismo tipo de personas uno se pregunta si está solo en el mundo (afortunadamente me va constando que no) y busca fuera del centro, en el mundo educativo y en el mundo en general, otras visiones, otras opiniones. Busca su tribu, como dice Sir Ken Robinson en su libro "El elemento".

Como conocía desde hace tiempo el movimiento Slow, pensé que quizá había algo similar relacionado con la educación. Un movimiento que abogase por cuidar los tiempo en los procesos que tienen que ver con el acto educativo. Y lo hay. Vaya que si lo hay.

Gracias al sufrimiento que causa oponerse a las cosas que están establecidas y a la negativa a convertirme en una maquina de triturar niños o en un surtidos de contenidos he encontrado la reflexión que buscaba, aquella que coincide con mi inquietud.

Del movimiento Slow original (aquel que surgió como protesta a la inauguración en el centro de Roma de una cadena de comida rápida) se generaron ramificaciones centras en diferentes temas. Uno de los temas más susceptibles al cuidado y la importancia de los tiempo es el de la educación.


Así pues, si piensas como yo y has llegado aquí buscando algo que sintonice, que de respuesta a tu inquietud he de decirte que sí, existe un movimiento Slow Education o Educación Lenta.

Fue tanta la alegría que corrí a empaparme con las reflexiones de gente que ha dedicado su tiempo a hablar de la importancia del tiempo. He leído numerosos artículo y estoy en plena lectura de dos libros interesantísimos. Evidentemente recomiendo su lectura a todo aquel que sienta algo de amor por la profesión de maestro o de profesor y tenga un mínimo de inquietud pedagógica.


El primero de ellos se titula "Elogio de la educación lenta" escrito por Joan Doménech Francesch. Un libro delicioso que me ha hecho reconciliarme con parte de la profesión docente. La cantidad de veces que he sentido que el autor ponía voz a mis pensamientos es tal que se ha convertido en un "recomendable" al instante. (Nota mental: tengo que hacer una sección específica solo para libros recomendables)


El segundo de ellos se titula "La pedagogía del caracol" de Gianfrano Zavalloni y, aunque no lo he terminado todavía, también tiene numerosos pasajes que hacen agitarse mi interior.

Además he recopilado algunos artículos relacionados que creo ayudan a comprender este movimiento mejor. Dejo aquí el enlace a la carpeta del Drive por si alguien quiere consultarlos.

Es curioso como esta reflexión, la del tiempo, era algo a lo que no había dedicado mucho esfuerzo a comprender, a investigar, a conocer, a desarrollar. Es un aspecto de mi formación al que no le había dedicado el mismo tiempo que a otros y resulta irónico que así sea.

En aras a reparar tamaña injusticia he decidido incluir su referencia como la primera en mi definición de escuela o educación deseada. Así, a pelo.