Una de las primeras cosas que tuve que lidiar cuando comencé a gestionar los conflictos en el aula desde esta perspectiva fue qué hacer con los sentimientos de enfado que se generan en los alumnos cuando hay un roce. Al respecto he de decir que hubo un antes y un después de la sesión de formación recibida por Alfonso Lopez-Fando Lavalle, psicólogo y psiquiatra de orientación gestáltica, en relación con la gestión de la emociones en el aula.
Una vez que aprendes a identificar y reconocer la emoción del enfado y eres capaz de leer la información que te proporciona, la gestión de tu espacio personal se vuelve menos farragosa. Es un camino complejo porque en general se nos ha enseñado bastante mal a gestionar el enfado. Trataré de explicar esto más detalladamente tal y como yo lo veo.
Del amplio abanico emocional que nos conforma, la emoción del enfado es una de las socialmente peor consideradas dado que provoca conductas más disruptivas e incomodas. Por decirlo de otros modo, un niño que se siente triste molesta menos que otro que esta enfadado. El niño triste nos conmueve y nos da pena mientras que el niño enfadado es un estorbo que debería cesar en su conducta lo antes posible. La consecuencia de esta forma de valorar las emociones es que enfadarse está mal visto, mal considerado. Se nos enseña desde pequeños a reprimir el enfado en lugar de canalizar la información que genera de forma provechosa. Los niños buenos no se enfadan.
El enfado es una emoción que tiene que ver con los límites. Cuando alguno de nuestro límites, físico, emocional, psicológico, es invadido, dañado o no respetado aparece el enfado. El enfado es el que nos sitúa en el "No", que se percibe en "no quiero que hagas esto", "no me parece bien" o "no me quites eso". Dicho de otro modo, el enfado es la emoción que debería reconducirte a la restitución de tu límite, de tu espacio, de tu equilibrio.
Veamos un ejemplo: Un niño pequeño está jugando en el parque con alguno de sus juguetes. Tiene en las manos un muñeco y a un par de pasos su balón. Se acerca otro niño y coge el balón. El primer niño al advertir que han cogido su juguete se acerca y le arrebata el balón. Hasta aquí lo que ha sucedido es fácil de entender. El primer niño ha visto como un límite suyo (propiedad) no ha sido respetado (se han llevado su balón) y ha actuado movido por el enfado para restituirlo a la situación inicial (tener él el balón).
La situación de base está planteada pero aún hay que añadir algunas consideraciones. Primero, el propietario del balón probablemente recupere el balón de una forma directa, explicita; agarrando el balón de las manos del niño que se lo ha quitado e, incluso, empujándole para recuperarlo. Es importante señalar que su intencionalidad no estará en causar daño tanto como en recuperar su posesión sin ser especialmente delicado. Si el usurpador se molesta que se moleste, no haberme quitado lo que es mio. Repito, el fin no es dañar o molestar sino recuperar, volver a la situación inicial donde todo estaba bien. En este punto es donde entran en juego los padres o adultos al cargo de los niños.
Cuando una situación así sucede en un parque hay una respuesta muy probable. La madre del niño que ha empujado, derribado o apartado al que le había quitado el balón intervendrá con algo así como "no seas egoísta, déjale jugar con la pelota" o "si tú no estás jugando con ella ¿que más te da?". Arrebatará el balón de manos de su hijo y se lo ofrecerá al usurpador para causar una derrota moral en el hijo injuriado o, peor aún, obligará a su hijo a ofrecerle la pelota al usurpador.
Las veces que comentado este supuesto siempre obtengo la misma respuesta: es que hay que enseñar a compartir. La conducta del propietario se asimila al egoísmo.
Tal y como yo lo veo ocurre lo siguiente. El sentimiento de propiedad se genera de forma potente en los niños, les ayuda a identificar lo familiar, lo cercano, lo seguro. Es un sentimiento que les genera tranquilidad. Cuando alguien vulnera ese sentimiento de "este es mi juguete" se enciende la reacción "eso no te pertenece, es mío y no tienes porque cogerlo sin mi permiso, voy a recuperar mi pertenencia", luego viene una acción normalmente directa y el niño obtiene su fin. No es egoísta defender tus posesiones, defender tu espacio, plantarte y decir "no", "no me lo quites" o "no me gusta". Lo egoísta es apropiarte de las cosas de los demás sin su consentimiento, es hacer que tu sentido de la propiedad se imponga por encima del de los demás, es no respetar los límites de los otros. Hago o cojo esto porque quiero y no me importa si no es mío.
Si lo planteásemos en un contexto adulto quizá se ve a con mayor claridad. Imaginemos que tenemos nuestro coche abierto y estamos fuera de él hablando con un amigo. Llega un desconocido y se sube encima de él. ¿qué pensaríamos? ¿qué haríamos? ¿cómo nos sentiríamos? Probablemente sacásemos inmediatamente a ese desconocido de nuestro vehículo sin demasiado miramiento. "Baja de mi coche ahora mismo". Nuestra respuesta emocional de enfado está totalmente justificada.
¿Que cabida tendría en ese momento los planteamientos que le hacíamos al niño de nuestro ejemplo? ¿Alguien se imagina a nuestro amigo diciéndonos "no seas egoísta, déjale usar el coche" o "no seas así, si tú no lo estás usando ahora mismo ¿qué más te da?"? Sería una situación cuanto menos ridícula.
Los límites existen para defendernos, no para hacer daño a los demás. Cuando defiendo un límite me defiendo a mi. Cuando me enfado el objetivo es protegerme.
Decimos a los niños que no deben enfadarse, que deben renunciar a defender sus límites, les enseñamos a aceptar los abusos y las infracciones de sus espacios, sus pertenencias y sus sentimientos porque siempre es mejor dejar que los demás consigan lo que quieren a nuestra costa que pelear por nuestra integridad. Pensémoslo bien, hoy en día está mejor visto callar en una discusión que plantarse y decir que no, aunque la otra parte no tenga la razón. No discutir. Está peor visto discutir por algo que consideras injusto que callar y no meterte en líos. La gente educada no arma jaleos, los buenos niños no dan problemas, los buenos niños callar y dejan hacer...
La lección que aprenden los niños dudo mucho que sea la que los adultos desearían. El mensaje creo que se parecerá más a "tus límites no importan", "cuando no los respeten cállate y deja hacer", "si alguien coge algo tuyo, déjale", "Si alguien ocupa tu sitio, vete", "si alguien te hace daño, retírate". Las actitudes pasivas reciben mucho más refuerzo positivo.
¿Y que ocurre con el enfado que se generó en el niño cuando vio que su posesión le era arrebatada? Como no puede canalizar la energía del enfado para su fin lógico (recuperar su pertenencia) se convierte en tensión interior, una tensión que se acumula. Una tensión que buscará una forma de salir que probablemente no sea tan productiva ni natural. El niño no sabrá qué hacer con su emoción y la dejará ahí, sin respuesta. Pero la energía que se ha generado no ha desaparecido, sigue en su interior. Con nuevo enfados la energía y la tensión aumenta al no encontrar un cauce de expresión adecuado. El sentimiento de enfado mal gestionado explota en un comportamiento de enfado cuando se alcanza el punto crítico. Generalmente es una reacción desproporcionada, exagerada teniendo en cuanta las circunstancias que la dispararon (pero proporcional si nos atenemos a todas las veces que se ha sentido vulnerado)
El planteamiento es que el enfado no desaparece porque no queramos reconocerlo o expresarlo y, ya que no podemos evitar sentirnos enfadados en determinadas circunstancias, bueno sería averiguar qué es lo que dispara está emoción en mi interior y qué he de hacer para darle respuesta.
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