martes, 25 de abril de 2017

No resuelvas problemas, enseña a construir soluciones.

Algunos alumnos piden la palabra para comunicarnos que tienen un problema: "No entiendo el ejercicio", "He perdido el lápiz", "No tengo goma"o "No ha traído las tijeras". Nuestra respuesta, dependiendo del problema comunicado, podría ser "Vuelve a leer el enunciado", "Yo te presto un lápiz", "Pídele a tu compañero que te preste su goma" o "En esa caja están las tijeras del aula".
Las respuestas que demos pueden ser completamente diferentes a las que he puesto de ejemplo, pero todas buscarían solucionar el problema comunicado ¿no es así? Bien, mi consejo al respecto es el siguiente: No lo hagas, es un error. ¿Quieres saber por qué? Sigue leyendo


Cuando en la vida alguien se enfrenta a una situación problemática tiene que identificar el origen del problema, pensar de forma más o menos creativa en posibles soluciones y aplicarlas, una tras otra, hasta que encuentre aquella que le proporcione el resultado deseado: eliminar o minimizar la inconveniencia. Es un proceso sencillo que todos podemos entender. Voy a ponerlas en orden secuencial para que se vea mejor:

  1. Detecto una situación inconveniente
  2. Identifico el origen o causa de la misma.
  3. Pienso en las posibles soluciones (David Allen indica que, en la planificación natural, lo primero que hacemos es imaginar el escenario ideal con el problema resuelto y después explorar qué acciones nos conducen a él)
  4. Aplico soluciones empezando por aquellas que considero más adecuadas.
  5. Valoro resultados.
  6. Obtengo el resultado deseado.

Cuanto más practicamos este proceso, y sus diferentes fases, más habilidosos nos volvemos a la hora de resolver problemas, conflictos o dificultades: aumentamos nuestra capacidad para identificar el origen del problema, aumentamos nuestra capacidad para proponer soluciones diversas, aumentamos nuestra capacidad para elegir aquella solución que consideramos más adecuada, aumentamos nuestra capacidad para actuar de forma activa, aumentamos nuestra capacidad para valorar los resultados conseguidos, aumentamos nuestra autonomía (nuestra no dependencia a la ayuda de los demás) y aumentamos nuestra autoestima al vernos capaces de resolver de forma exitosa los problemas que nos encontramos. Dicho de otro modo, diagnosticamos mejor, proponemos más, elegimos con mejor criterio, aplicamos con más rapidez nuestras elecciones y nos sentimos más capaces. Beneficios múltiples y muy valiosos.
Si volvemos a la situación planteada como ejemplo al principio de la entrada y tratamos de analizar lo que tomando como referencia la secuencia de resolución descrita, veremos que un alumno que nos dice "No tengo goma" ha completado solo las dos primeras fases del proceso: Se ha topado con una situación en la que tenía que borrar algo y no tenía la herramienta necesaria (1) y ha identificado la falta de dicha herramienta como origen del problema (2). Después pide el turno de palabra, comunica su conclusión y cede toda la responsabilidad de recorrer la distancia entre el problema (2) y la obtención del resultado (6) al profesor.
Esto es lo que denomino "el efecto mayordomo", decir lo que a uno le molesta en voz alta para que otros lo resuelvan. En el aula, este "efecto mayordomo" nos convierte a los profesores en los responsables de solucionar las situaciones que generan descontento en los alumnos por el mero hecho de enunciarlas en voz alta. Hay una especie de entendimiento por su parte de que el mundo debe satisfacerles a ellos sin que tengan que hacer nada al respecto.
Un experimento sencillo para comprobar si se da este efecto es hacer lo siguiente: Cuando un alumno nos diga por ejemplo "No tengo lápiz" podemos asentir con la cabeza en silencio, o decirle algo neutro como "Ya veo" y esperamos. Si el alumno nos mira callado esperando una respuesta, nos repite "No tengo lápiz" o nos pregunta si le hemos oído bien estaremos en el caso que nos ocupa. Nos mirarán con extrañeza como preguntando "¿No vas a hacer nada?" pero incapaces de avanzar más allá.
Ese es precisamente el momento de enseñar, de enseñar al alumno a desarrollar su proceso de resolución. De acompañarle desde la fase en la que se encuentra (2) hasta la resolución del problema (6). No creo que exista una única manera de hacerlo pero bien podría valer de ejemplo un dialogo similar a este:

-Profesor, no tengo lápiz.
-Ya veo ¿Por qué me lo estás contando?
Se encoge de hombros. -Porque no tengo lápiz.
-¿Es eso un problema para ti?
-Claro.
-¿Por qué?
-Porque sin lápiz no puedo trabajar.
-Entiendo que eso suponga un problema. -Guarda silencio unos instantes.- ¿Y qué se te ocurre?
-¿Cómo?
-¿Que qué solución se te ocurre? No tienes lápiz y has dicho que necesitas uno para trabajar. ¿Cómo vas a resolverlo?
Mirando al profesor con suspicacia. -¿Pidiendo uno?
-Me parece una solución fantástica. Pregunta a tus compañeros.
-¿Por favor, alguien puede dejarme un lápiz?
Un compañero levanta la mano. 

Si bien se trata de una situación ficticia, he participado en diálogos como este muchas veces. La clave, a mi entender, es preguntar en lugar de ofrecer respuestas. Hay que enseñar al alumno a generar sus propias conclusiones y eso solo es posible si nosotros únicamente colaboramos con preguntas.
Una vez hayamos practicado este diálogo varias veces en clase resulta muy sencillo reconducir a un alumno a adoptar un rol activo.

-Profesor, no tengo lápiz.
-Eso es un problema ¿Cuál es la solución?
Sonriendo al acordarse -¿Alguien puede dejarme un lápiz para trabajar, por favor?

Con el tiempo, los alumnos dejan de contarte sus problemas y comienzan a emplear el turno de palabra para aplicar las soluciones que han pensado. Este cambio de rol ha de ser reforzado positivamente para que se consolide. Algunos valientes incluso se atreven a ir más allá.

El profesor, intrigado, se rasca la cabeza mientras exclama: -¡Vaya, no se donde he puesto el borrador!
Un alumno salta rápidamente: -Profesor, eso es un problema pero ¿cuál es la solución?



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