Como ya he comentado en alguna entrada, la cantidad de tiempo y de energía que se emplea en una clase relacionada con la gestión de los conflictos es tremenda. En muchos casos es, además, una labor complicada, ya que los alumnos se sienten arrastrados por sus emociones con mucha facilidad y las reflexiones posteriores a un conflicto bien podrían parecerse a un campo minado. Si yerras el enfoque todo salta por los aires.
Hablando hoy con dos alumnos que habían tenido un conflicto se evidenciaba una cuestión que se repite continuamente y que me parece significativa. Comparto con vosotros lo sucedido:
Jugando al fútbol, Andrés ha sufrido lo que consideraba una falta por parte de Iván. Cuando Andrés ha pedido la falta, Iván no la ha reconocido como tal así que ha continuado jugando. Andrés se ha enfadado con Iván por ignorar la falta y se ha encarado con él. Iván ha respondido que para él no era una falta y que no iba a parar el partido por eso. Andrés, impotente, le ha insultado. Iván le ha dado una patada. Ha terminado el patio y se han ido los dos (cada uno con su diferente momento emocional) a la fila. Han subido al aula y, al entrar, Andrés le ha dado un golpe a Iván.
A partir de este momento es donde entro yo en la historia. Iván ha pedido el turno de palabra para contarme que Andrés le había pegado. Le he preguntado qué pensaba al respecto y me ha dicho que no le había gustado que le pegase así que le he pedido a Iván que se girase para mirar a su compañero y le que expresase a él, que no le había gustado lo que había hecho y que le pedía que no volviese a hacer. Cuando ha ocurrido eso, Andrés le ha llamado mentiroso. Iván ha dicho que no había mentido. Andrés se ha enfadado y se ha puesto a llorar. Le he dicho que tenía la oportunidad de narrar lo que había sucedido desde su punto de vista y que no tenía que revivir el problema, solo contarlo.
En este momento Andrés ha contado que le había pegado porque Iván le había dado una patada. Iván ha contestado que lo ha hecho porque él le había insultado. Andrés ha dicho que ha sido porque no había pitado la falta e Iván insistía en que la falta la había pedido porque le daba la gana. Andrés ha contado que, jugando al fútbol, nunca le pitan las faltas, etc.
El punto es que, para ellos, lo importante era establecer que la agresión estaba justificada en algo que había hecho el otro. Sus agresiones son consecuencia. Ellos solo buscan mostrar, evidenciar que algo en el comportamiento del otro es la causa. Todo lo que hacen es reaccionar. Si logran dar con una causa lo suficientemente atrás en el tiempo, podrán justificar cualquier acción futura.
En ocasiones, cuando sigues la corriente a esta sucesión de catastróficas desdichas y llegas a un punto en el que alguno de los implicados no puede argumentar una conducta del compañero que le sirva, no es raro que tiren de argumentos como "el año pasado...", "ayer...", "Siempre me fastidia...", "nunca me dejan...", etc. Es la causa anterior inconcreta (CAI). Un argumento que hace que uno sea excluido de toda responsabilidad atribuyéndosela al otro por la ley de que toda acción tiene su reacción.
Cuando les escucho veo la pasión y el esfuerzo con que se dan a exponer por qué su conducta es siempre posterior a algo (Ley de justificación de la conducta-consecuencia) y cómo sienten que si dan con ese algo se transformarán mágicamente en víctimas inocentes.
Yo trato de mostrarles que no se trata de lo que el otro hace, sino de la decisión que cada uno ha tomado. Frente a una falta no pitada, puedo encararme con el compañero y recriminarle su actitud de malas formas o no hacerlo. Este margen de decisión es el que hace que todos seamos responsables de nuestros actos. Lo de menos es si, hablando con el compañero o con el profesor, va a conseguir lo que él quiere, o si lo que quiere es justo, sino de si es capaz de comprender que uno siempre es responsable cuando hay una alternativa y que, en la mayoría de los casos de conflicto, siempre la hay.
En mi centro solemos ofrecerles básicamente dos alternativas: expresar educadamente (esta es la clave) al compañero el origen de su malestar y esperar que el otro esté dispuesto a rectificar o cambiar su comportamiento o (si no funciona) comunicárselo al profesor para buscar su asesoramiento. Los alumnos muchas veces suelen obviar estas alternativas y dirigirse a ti como si lo único que pudiesen hacer es reaccionar, en lugar de decidir.
En el ejemplo de lo que ha sucedido hoy, la cuestión es que Andrés no ha puesto en juego ninguna de las dos alternativas más habituales. Ha tomado una mala decisión eligiendo el insulto en lugar de movilizar las otras opciones. Este era el motivo por el que, independientemente de las acciones de Iván, era responsable.
Iván, en cambio, ha sido responsable de responder a un insulto con una agresión en lugar de decirle a su compañero que no le parecía bien que le hablase así o de buscar a un profesor para acompañarles en la resolución del desacuerdo.
Que nosotros, como profesores, actuemos como jueces sentenciando quien comenzó todo, si es importante o no (para ellos siempre lo es) y quien ha de sufrir las consecuencias solo hace que aumentar el dramatismo y la intensidad con la que se entregan a su argumentación y rechazan la argumentación del otro (recordad que cada vez que uno explica, desmonta el esfuerzo del otro). Uno de los motivos por los que se interrumpen, se gritan y no se escuchan entre ellos.
Expresarles que la responsabilidad no es encontrar lo que ha hecho el otro que justifica lo que has hecho tú, sino entender que cada uno tiene la capacidad de tomar otras decisiones es lo que hace que, en ocasiones, resolver un problema pueda hacerse eterno. En realidad es por un motivo muy simple: niños y adultos, en esta situación, estamos operando con patrones de lógica diferentes. Ellos dirían que hablamos de cosas distintas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario