miércoles, 22 de febrero de 2012

Emocionalmente

Veo a mi alrededor como la gente vive las diferencias, los desacuerdos, las posturas opuestas; veo a mi alrededor como las personas nos tratamos de forma bastante mejorable. Mostramos nuestra mejor sonrisa y un carácter agradable, social y comunicativo pero, en cuanto algo no es como nos gustaría, afloran a la superficie otro tipo de actitudes completamente distintas; aparecen realidades preocupantes que muestran agresividad, ira, rabia, descortesía, sarcasmo, desprecio, desconfianza, rencor, egoísmo, burla, etc.  Son tan nuestras como lo puede ser nuestra sonrisa, nuestro sentido del humor o nuestra afabilidad, pero no les prestamos el mismo crédito.
Miro a mi alrededor y veo que en la mayoría de los desencuentros, en casi todos los enfados se repiten los mismos roles: el de agresor y el de víctima. Veo a la gente gritarse, empujarse, maltratarse, insultarse, despreciarse y siempre resulta sencillo ver qué roles se están dando en cada situación. Veo como cada rol genera y se alimenta de su contrario: cómo determinadas "víctimas emocionales" van buscando un "agresor" qué sentido a su forma de sentir, de entender; cómo los agresores buscan a las víctimas sobre las que ejercer la dominación, veo a los agresores chocar intensamente entre ellos, veo a las víctimas inhibirse en la desgracia de la suerte que les ha tocado vivir, gente que avasalla, gente que huye.
Observo a mi alrededor y veo a los niños crecer en un mundo donde los roles están polarizados, donde los papeles emocionales que se les brinda están completamente enfrentados, un mundo emocional dicotomizado: ganadores y perdedores, los que hacen lo que quieren y los que no, los que hacen callar y los que callan, los que gritan y los que se dejan gritar.
Veo a mi alrededor como los niños aprenden, igual que lo hacen con otras cosas, a base de observar y de imitar los roles que se les proponen (¿alguien pensó qué se les está proponiendo realmente?) y veo cómo van asumiendo, igual que sus mayores, el papel de agresor o el de víctima; el de explosivo o implosivo.
Nuestra analfabetización emocional es preocupante y más aún lo rápido que es transmitida y repetida por nuestros menores. No se puede vivir dando tanto crédito al odio y al dolor, a la rabia y a la agresión. Es normal vivir la emoción del enfado, lo que no es normal es lo que estamos haciendo con cada uno de ellos.
Los niños están aprendiendo lo mismo que nosotros hacemos: a dejarnos arrastrar por una emoción descontrolada, o a inhibirla, o a ocultarla, o a negarla, o a enmascararla con otra distinta. ¿Quién va a darse cuenta de que es un camino sin salida y un futuro emocional terrible para nuestros niños? Los estamos incapacitando emocionalmente para vivir de una forma sana y saludable.
El primer objetivo de la educación es formar personas sanas, equlibradas, completas; el desarrollo integral del niños, el desarrollo equilibrado de la persona. ¿Donde queda el equilibrio cuando la práctica totalidad de nuestro tiempo y nuestros recursos se dedican a la formación académica y no se dedica nada a nuestra faceta emocional? ¿Acaso las personas no somos animales profundamente emocionales? ¿No son las emociones lo que nos permite calibrar el valor de nuestra satisfacción personal? ¿Entonces por qué tiene tan poca relevancia en nuestros planteamientos educativos? ¿por qué no enseñamos a los alumnos a sentir de forma provechosa?

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