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Saponcio reinaba en el país junto a su esposa Saponcia, tierna y dulce como un plato de natillas. Tenían una única hija: la princesa Sapita.
La reina Saponcia satisfacía todos los deseos de Sapita. Pero no la veía feliz con ningún regalo. Siempre que le preguntaba:
–Dime qué regalo quieres y te lo compraré.
Sapita contestaba:
–Una moto.
Al rey Saponcio, cada vez que oía eso, le daba un ataque.
–¡Una moto! –susurraba, llorosa, la reina–. ¿Una moto en vez de una muñeca saltarina que diga croac-croac y coma mosquitos?
–Una moto –insistía la princesita.
–Dime qué regalo quieres y te lo compraré.
Sapita contestaba:
–Una moto.
Al rey Saponcio, cada vez que oía eso, le daba un ataque.
–¡Una moto! –susurraba, llorosa, la reina–. ¿Una moto en vez de una muñeca saltarina que diga croac-croac y coma mosquitos?
–Una moto –insistía la princesita.
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