Dado que este año he tenido una clase con facilidad para generar conflictos entre los alumnos, estoy teniendo la oportunidad de reflexionar bastante acerca de cómo se inician, cómo se desarrollan y cómo suelen terminar dichos conflictos. He pensado en dejar constancia en esta entrada de mis impresiones. No estoy descubriendo nada nuevo, tan solo tratando de explicitar lo evidente para futuros trabajos o reflexiones.
Partiré de la siguiente afirmación: los conflictos tienen un principio, tienen un desarrollo y tienen una conclusión. Esta sería la estructura general que trataré de analizar con más detalle por partes.
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Los conflictos tienen un principio. Hay una gran variedad de estímulos o disparadores que inician una secuencia conflictiva: un alumno que trata de adelantarse en la fila, alguien que te quita una goma sin permiso, un compañero que se ríe cuando fallas un gol en el patio, alguien que te esconde el lápiz, tus amigos no quieren jugar a los mismo que tú, etc. La convivencia está llena de estos roces, de estas discrepancias o desencuentros. Algunas de ellas son intencionadas y otras no. Podemos trabajar sobre aquellas que son intencionadas, dando a los niños la oportunidad de ponerse en el lugar del otro y tomar decisiones basadas en el respeto hacia los demás; pero
siempre habrá situaciones de desencuentro y forma parte del aprendizaje emocional saber cómo gestionarlas.
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Los conflictos tienen un desarrollo. A partir de esta situación inicial de desencuentro se suelen dar las siguientes fases:
1)
Discusión. Es el momento en el que yo confronto al que me esta causando malestar: le digo al compañero que se esta colando que no lo haga, al que me ha quitado una goma que me la devuelva, le pregunto al que se ha reído cuando he fallado porqué lo ha hecho, que diga dónde me ha escondido el lápiz, digo a mis amigos que jueguen a lo que yo quiero, etc.
Es una fase muy temprana, aquí hay unas voluntades contrapuestas pero todavía no hay una emoción desbordada Si el compañero me devuelve la goma, o el lápiz, vuelve a su sitio en la fila en ese momento o se disculpa por haberse reído el proceso conflictivo se detiene. De no ser así, avanzamos hacia el siguiente momento.
2)
Enfado. El desagrado inicial al experimentar una situación que no nos gusta se intensifica si en la fase de la discusión no obtenemos lo que queremos. La discusión se eleva, el tono se hace más áspero, la emoción del enfado escala. Aquí la discusión pasa de un simple diálogo a una pelea verbal.
Yo quiero algo, tú no me lo quieres dar, eso me molesta y me hace exigirlo con mayor intensidad, tú me respondes que no, con otro aumento de intensidad. Yo empiezo a sentirme molesto por que no obtengo lo que quiero y por cómo me respondes, tú ya no discutes por la cuestión inicial sino porque esta situación se ha convertido en un pulso que no quieres perder.
Lo que yo he observado es que
si en el primer diálogo o requerimiento no se satisface la demanda, los alumnos siempre avanzan en el enfado hasta llegar a la siguiente fase. Podríamos decir que la presencia de esta fase prácticamente garantiza que va a darse la siguiente. Creo que la causa es que, en general, a las personas nos cuesta manejar la emoción del enfado y desborda con facilidad nuestros mecanismos de autocontrol. En los niños esta carencia se agrava.
3)
Agresión. Cuando la emoción del enfado va aumentando llega un momento en que la energía que genera nos desborda. No podemos contener el desagrado y el malestar que nos está causando la otra persona y proyectamos todo esto hacia él. Es el momento en el que aparece la agresión, que puede ser física: un empujón, una patada, un manotazo; o verbal, un insulto. En ocasiones la agresión verbal lleva a la agresión física.
Cuando un conflicto no se ha resuelto por completo, el alumno queda "anclado" en la fase del enfado. Al enfrentarse a una nueva secuencia conflictiva, este alumno la iniciará directamente desde esta fase, la del enfado, saltándose la parte de la discusión o dialogo. Su margen para enfadarse también es más corto así que avanzará mucho más rápido a la fase de la agresión. Este es uno de los motivos por los que un alumno que ha tenido un conflicto con agresión es más proclive a tener otros nuevos a lo largo del día.
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Los conflictos tienen un final. La secuencia completa del conflicto puede terminar de maneras muy distintas. Creo que es razonable manejar tres escenarios:
a)
Los dos alumnos están molestos. Bien por lo sucedido durante el proceso, bien porque la tensión generada no ha encontrado una vía de escape adecuada o bien porque el motivo del conflicto no ha sido resuelto los dos alumnos se muestran descontentos. Ambos pierden. Se trata de un escenario de tensiones latentes esperando volver a salir. El final del conflicto es ya la causa de un conflicto futuro incierto que puede dar comienzo en cualquier momento.
b)
Uno de los alumnos está molesto. Es un escenario muy típico propio de los conflictos-pulso en los que una de las partes logra imponer por fuerza su criterio al otro (El más fuerte empuja al más débil, el más popular recibe el apoyo de los compañeros, etc.). También es un escenario causado en muchas ocasiones por la imposición externa de una medida punitiva que sanciona a una parte y exculpa a la otra. (Es una narrativa de ganadores y perdedores, de "
a ti te doy la razón y a ti te la quito".) Vuelve a ser un escenario de tensiones latentes esperando volver a salir.
c)
Los dos alumnos están satisfechos. Cuando ambos alumnos sienten que su estado de ánimo ha sido restituido a la normalidad y que sus intereses, emociones y requerimientos son respetados y atendidos. Ninguno piensa que ha quedado algo pendiente. Es un escenario sin consecuencias negativas.
En la resolución de conflictos debemos buscar siempre que nuestras medidas garanticen el tercer escenario y tener mucho cuidado con no dar pie al segundo, ya que no hay nada peor para la salud emocional de cualquier alumno que una derrota en un pulso emocional, legitimada por la decisión de un adulto.